La heredera perdida by Nan Ryan

La heredera perdida by Nan Ryan

autor:Nan Ryan
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Histórico
publicado: 1998-12-31T23:00:00+00:00


Capítulo 19

Anna se despertó cuando el fuerte sol de la mañana, entrando a raudales por los ventanales de su dormitorio, le acarició el rostro. Tumbada boca abajo, aferrándose a la almohada, abrió los ojos con somnolencia.

Lo primero que vio fue el disco plateado. Yacía sobre la mesilla de noche, refulgiendo a la luz del sol de julio. Sonriendo. Anna se apoyó en los codos y tomó el brillante adorno. Sintió un estremecimiento de deleite, se llevó el disco a los labios y lo besó con reverencia.

Después, se tumbó de espaldas, apretó el disco contra sus senos y cerró los ojos con fuerza, suspirando con ánimo soñador. Se sonrojó al recordar con vívida claridad las maravillosas caricias prohibidas que Brit y ella habían compartido durante su larga e inolvidable noche de pasión.

La oleada de recuerdos la hizo retorcerse. Casi podía sentir los dedos de Brit en la cara, sus suaves labios esculpidos saboreando los de ella, su cuerpo sólido y delgado apretado contra el suyo.

—¡Ay, Brit, amor mío! —susurró en el silencio del dormitorio—. ¿Me quieres la mitad de lo que yo te quiero?

Convencida de conocer la respuesta a la pregunta, Anna retiró las sábanas sedosas y se levantó de la cama. Como una niña, rio y empezó a dar vueltas, tan feliz que quería gritar a voz en cuello. Contarle a todo ser viviente que Brit Caruth y ella estaban enamorados.

Deteniéndose en seco, Anna, ligeramente mareada, se sorprendió pensando que Brit podía estar abajo, en el comedor, en aquel preciso instante. Según había dispuesto LaDextra, aquel día servirían el desayuno desde poco después del amanecer hasta el mediodía, para que los invitados que partían pudieran disfrutar de la comida de la mañana a la hora que mejor se aviniera a sus planes de viaje.

Dando un último beso al adorno de plata, Anna lo dejó con cuidado en la mesilla de noche. Después, se sacó el camisón por la cabeza y lo dejó a un lado. Desnuda, entró en el cuarto de baño donde, afortunadamente, tenía la bañera preparada. Hundiéndose en las profundidades jabonosas, Anna se bañó rápidamente, ruborizándose de nuevo al ver que sus senos seguían sonrojados por los fieros besos de Brit.

Aún más evidente era la novedosa molestia que sentía entre las piernas, una pequeña incomodidad que le procuraba más placer que dolor. Un recuerdo secreto y silencioso de la invasión íntima de un amante apasionado.

Se secó con una toalla y entró rápidamente en el vestidor, del que descolgó el primer vestido que vio. Era de algodón rosa, juvenil, con mangas cortas y ahuecadas, minúsculos botones de la garganta a la cintura y faldas amplias y ondulantes. Ansiosa por bajar y ver a Brit, se lo puso rápidamente, se cepilló un poco el pelo, se recogió el lado izquierdo detrás de la oreja y se lo sujetó con una horquilla dorada. Veinte minutos después de despertarse, Anna salía del dormitorio y bajaba por la escalera central.

A medio camino, se detuvo a escuchar. Oía voces y risas en el comedor, y reconoció a los huéspedes de San Antonio, que serían los últimos en partir del rancho.



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